Paul y Toni: El rockstar y el pensador a la luz de una ética

El injustificable tour del ex-beatle en Brasil, a sus 81 años, evoca el recuerdo de la visita del filósofo italiano a Argentina. El relato muestra a un Negri que, tratado de “estrella”, se deshace de los hacks y marca el tono de su presencia: “soy un militante”

Paul, insiste antes de irse

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Se suele identificar a quienes se las rebuscan, mordidos por la necesidad, como habitantes de un limbo carente de vitalidad, es decir, de exceso. La máxima fantasía que nuestra medianía consigue es la del pobre que roba por necesidad, ya que al imaginarlo robando por placer la mordaza moral interrumpe la transmisión. ¡Oh seres medianos que sancionan en los demás lo que no se permiten a sí mismos! Pero, justamente, el rebusque, las astucias de ocasión, incluso a veces el resentimiento y el robo, transpiran una vitalidad singular. 

Con los ricos, el prejuicio existe también, seguramente con mejores posibilidades de aproximarse a la realidad. Imaginamos que quienes sobrevuelan las vidas comunes y corrientes, quienes miran el ir y venir mundano desde una vida “resuelta” carecen de algo como una vitalidad genuina, ya que sus movimientos se reducen a cálculos o especulaciones, cuando no a inercias lujosas de rico aburrido. Pero, nuevamente, ¿cuán divertidos parecen los espíritus medianos confundidos en sus elucubraciones? 

Entonces, en un caso –siempre según el prejuicio marcado a fuego– se trataría de quienes no pueden dejar pasar una sola oportunidad para lo que sea, porque la vida pasa sin cumplimientos –para ellos la vida no promete nada–; mientras que en el otro imaginamos a quien displicente se dice a sí mismo “¿por qué no?”, como coqueteando con lo más constitutivo de nuestra condición: la contingencia.

Paul McCartney, que lo tiene todo (siempre desde el punto de vista de esos imaginarios que nos atraviesan) no “necesitaría” un concierto más, mucho menos un tour en un país que tiene la escala de un continente como Brasil. Un último concierto, uno más, en el Maracaná a los 81 años. El prejuicio vuelve a invadirnos: “lo hace para la historia”. Entonces, ¿los ricos pueden acordar una cita con la historia e incluso pedirle a su secretaria que la incluya en su abultada agenda, mientras que los pobres solo visitarían la historia a costa de su propia vida, luchando o convirtiéndose en mártires?

Bruno Cava, que supo llevar una vida carioca, se pregunta por los motivos o, mejor aún, por el movimiento de Paul. Lo imagina como un impulso de vida spinoziano. ¿Qué significa? En las condiciones de una vida como la de Paul, con su propio ecosistema, que incluye seguramente un batallón de personas detrás de sus conciertos y sus producciones, todos los condimentos del business y otros elementos que se nos escapan… ¿Qué lo mueve a insistir con nuevas canciones, a complacer a la marea en el estadio con las canciones de siempre, a pasar del bajo al piano, de ahí a la guitarra, a tocar un laúd y romperse la voz una vez más? 

Como pasa siempre con el deseo, primero pasa y después, mucho después, nos auxilian (de nosotros mismos, tal vez) las justificaciones, las razones razonables, las sospechas insidiosas o incluso alguna teoría bien fundada, con suerte una genealogía que conecta lo impredecible o una arqueología que descubre en lo reciente viejas capas. Es difícil no percibir en el último concierto del último tour de Paul McCartney una forma de perseverancia. Y si así no fuera habríamos de fantasearla. Perseverancia. palabra aparentemente centrada en la verdad (verus) o en la severidad (severus), en cualquier caso, ligada al descubrimiento de un destino propio, y su sostenimiento hasta el final. 

En el fondo, Paul no es un mensajero de alguna verdad ni quiso ser nunca una vos autorizada, se mantuvo más bien chistoso, preparó una vejez vital y no renegó, sino todo lo contrario, de aquello en lo que se convirtió, un rockstar. La verdad no es ningún bien universal y, en este caso, tampoco se refiere a un régimen de poder (si tiráramos del hilo de esas genealogías que nos gustan); se trata del momento en el que ya no se puede distinguir la voluntad del destino, la elección del azar, la varita mágica del mérito propio. Solo se puede estar a la altura, o no. 

Toni insiste tras su partida  

Hay buenos negrianos en Argentina como en Brasil, están quienes anotaron, escribieron y lo harán por algunas semanas más sobre la obra de Toni Negri, sobre sus conceptos fundamentales o sobre alguna idea que en particular interese a Nuestramérica. También saludarán su memoria quienes, desde alguna izquierda o algún cantero nacional popular, se mantuvieron como adversarios suyos en el tiempo. Por otro lado, nunca faltan los viudos y las viudas que se disputan la sucesión, como si un pensamiento y, en el fondo, las marcas de una vida, pudieran ser transferidos a título de propiedad. Descartando de plano esta última y deshonrosa opción, dejando de lado las trifulcas por izquierda, como un negriano más, comparto en registro anecdótico tres gestos mínimos de Toni Negri como indicios de su modo de vivir la militancia, las instituciones y el pensamiento. 

En noviembre de 2012, Negri visitó Argentina para dar una charla en la Casa del Bicentenario, en Buenos Aires, y luego viajar al Coloquio Spinoza (que se organiza regularmente en Córdoba y también tuvo lugar en Río de Janeiro). Después viajaría a Bolivia para encontrarse con Álvaro García Linera y, finalmente, a un Ecuador aún atravesado por los dilemas del progresismo. Conocedor de la experiencia de 2001, el contexto efervescente de nuestro país diez años después le interesaba especialmente. Cristina Fernández, apenas doce meses atrás, había sido reelecta presidenta con el 54% de los votos, mientras que entre la conferencia de Negri en Buenos Aires y su intervención en Córdoba, se produjo la primera de una serie de marchas masivas contra el gobierno. El llamado “8N” comenzaba a delinear inorgánicamente la movilización callejera de quienes no se suelen movilizar, incluso de quienes rechazan la movilización política.[1] El primer reflejo de Negri fue de atención, de curiosidad… pero esta vez, la multitud no se parecía a ese sujeto ambivalente sobre el que tanto él como Virno pensaron y escribieron. Lejos de la potencia de la multitud capaz de una fuerza constituyente democrática como la insinuada por Spinoza, las pasiones que recorrieron aquellas manifestaciones parecían más cercanas a la escena de los “ultimi barbarorum” que el propio Spinoza detestó tras el linchamiento de los hermanos De Witt (los demócratas de su tiempo). El creciente clima reactivo en nuestro país sumaría apenas un par de años más tarde una ola de linchamientos callejeros que, en nombre de la “gente de bien”, se cargarían algunas vidas de jóvenes considerados descartables.

En ese contexto le tocó a Negri hablar sobre “la constitución política del presente” en un edificio público rebalsado, con una sala extra y una pantalla para quienes no habían logrado entrar. La broma que le llegó de refilón no tocó ninguna fibra de su humor siempre disponible: “Es lo que les pasa a los rockstar”. La exégesis del chiste fracasado consistió en explicarle a Toni que no pocas veces los eventos que involucran figuras intelectuales en Buenos Aires rodean a los invitados del ‘charme’ de una estrella de rock. Con la insinuación añadida de que algunos pensadores importantes jugaron el juego que se les propuso. La respuesta de Negri fue rigurosa: “io sono un militante”. Primer gesto. Hacía en Buenos Aires lo que en todas partes: conocía a los actores, visitaba compañeros de ruta, curioseaba sobre condiciones materiales de la vida política, sus reveses y fisuras, compartía sus apuntes y ponía a prueba sus hipótesis. No le importaba dónde se publicaría esa entrevista –anterior al evento– que tuvo lugar una media mañana en un bar del centro, mediada por una copa de vino blanco. Tampoco preguntó por el libro que se organizaría a partir de sus intervenciones.[2] Urgencia y generosidad. Sus pensamientos, sus textos, su investigación en curso, todo estaba disponible para cualquiera. Había que continuar, pasar a otra cosa si era necesario. Los enemigos no esperan, la malaria no deja de asechar y el deseo no cede. En ese sentido, pobres somos todos y la riqueza también nos está destinada.

Invitado a conocer una universidad por entonces recientemente creada en el conurbano bonaerense accedió amable. Ya no se parecía a la gira de un rockstar, cierto, pero podía empezar a parecerse al cortejo de un académico. En realidad, la universidad tenía el interés de formar parte de una serie de universidades creadas en distintas zonas del conurbano,[3] como parte de una apuesta política no muy original si se la miraba desde el punto de vista meramente estatal, pero que se hacía cargo de un empuje desde abajo, de un deseo más o menos difuso de miles de jóvenes de conocer, curiosear, encontrarse no solo “responsablemente” como estudiantes, sino también de probar, ensayar, asomarse… como se prueba suerte en una esquina con un grupo nuevo o con los desconocidos de siempre. Toni, curioso y hasta cándido, entró en contacto con la bahorrina de lo que en otro tiempo fue industria pujante, comercio vigoroso, como tantas localidades conurbanas. La universidad lo tenía sin cuidado como institución de la academia, de hecho, su paso por la Universidad de Padua en los años de juventud en el norte de Italia y la pertenencia como profesor invitado a la École Normale Supérieure o su paso por el Collège International de Philosophie en los años de exilio en Francia, no hacen a su singularidad. 

Segundo gesto. Ni bien atravesó el portón de ingreso a la sede principal de la universidad fue recibido por el rector, su secretaria y un grupo de estudiantes laderos, de esos que, cuando graduados, permanecen en la misma actitud y oficina, pero con tintes mafiosos adquiridos, tras años de delaciones premiadas y otros trabajos sucios bajo demanda. Ni el rector ni su incipiente corte sabían bien a quién estaban recibiendo; en todo caso, percibían que se trataba de alguien importante para algunos medios e instituciones. Bastaron dos o tres frases ceremoniales para que el rector, como si se tratara de un político en campaña –no será el único rector con aspiraciones a la intendencia de la localidad en la que se emplaza una universidad nacional– le prometió a Negri un “Honoris Causa”. Mientras se excusaba de antemano por no contar la universidad con recorrido suficiente como para estar en condiciones de cumplir la promesa, Negri expresaba corporalmente su rechazo a la sola idea del galardón académico. Sus palmas abiertas frenaban la promesa al tiempo que la negaban de raíz. “De ninguna manera”, respondió severo por si el gesto corporal más o menos universal no hubiera sido comprendido. 

Durante toda la caminata mantuvo los ojos abiertos como huevos, nunca altanero, más bien en una actitud de absorción de la atmósfera que se abría paso. Realmente era un militante recorriendo un territorio habitado por posibles camaradas o compañeros, chicos y chicas entusiastas, trabajadoras y trabajadores que se dan mañas de enseñantes, y aquellos que enseñan su condición de trabajador con la tarea que fuera. La incipiente carrera de Periodismo había propuesto a un grupo de estudiantes para registrar la visita del Honoris Causa imposible y, en lo posible, entrevistarlo. Toni conversó como se conversa con iguales, respondió a cada pregunta con dedicación y justeza. Pero hubo una pregunta, en especial, que mereció una seña de su rostro, tal vez un leve movimiento de su ojo izquierdo o incluso la comisura de la boca, siempre del lado izquierdo como corresponde. Fue consultado por el rol del intelectual, aun más, qué significaba para él llevar adelante una vida de intelectual. Su respuesta fue tan contundente en la afirmación como lo había sido antes en el rechazo a la promesa fallida de reconocimiento académico: “Es mi forma de ser proletario”. Tercer gesto. 

La obra profunda de Toni Negri, su rigor, su esfuerzo metódico y la creatividad que destella no provienen de ningún alma iluminada, sino de un proletario, de un militante que no pierde un minuto, ni mucho menos un codazo, en la búsqueda de honores institucionalizados. Sus tesis sobre el poder constituyente, la saga spinoziana (que encontró en aquel viaje a Córdoba un pequeño eslabón más), su lectura del libro de Job, el seminario sobre los Grundrisse de Marx, las más de cuatrocientas páginas sobre Leopardi, su trabajo en colaboración con Guattari, la tetralogía a lo largo de veinte años en coautoría con Michael Hardt, entre tantas otras intervenciones. Escribió desde y sobre la cárcel, desde y sobre el exilio, siempre desde las entrañas de alguna movilización en curso o en medio del desconcierto por la derrota… finalmente, lo más frecuente, como “A felicidade” (según la canción de Jobim y Bonfá).

Sus amigos dicen que “su spinozismo era una forma de vida”, lo interpretamos como un deseo, siempre, de más vida. Si la tristeza no tiene fin, según canturrea alegre y displicente la bossa nova, la lucha contra la tristeza tampoco, la confrontación deseosa y sagaz tampoco. Así su antifascismo. Aquella mañana porteña, la entrevista derivó en una conversación de café, sus ojos se encendieron sobre el final y por un segundo todo, una obra y una vida, parecieron resumirse en una reflexión que cualquier obrero podría haber hecho en la asamblea de una fábrica o cualquier precario en un barrio o una calle cortada: “El problema es siempre éste, ¿cuáles son las condiciones de la lucha de clases? ¿cuáles son las condiciones por las cuales nos liberamos de estos patrones? Lo insoportable se da cuando toman el dinero de tu trabajo y se lo meten en el bolsillo, mientras vos te volvés un miserable. Nosotros tenemos que hacer esta revolución, tenemos que hacerla un día, ¿no? Este es el problema al que hay que volcar la inteligencia, el resto son estupideces.” Toni Negri, el hombre de los ojos de fuego.   

23/12/23, Río de Janeiro

Notas

[1] A propósito, Horacio González escribía sucesivos artículos en Página 12, titulados: “La multitud abstracta”, “La multitud volátil”, entre otros. Un González que en el contexto de 2001 había entreverado las nociones de “pueblo” y “multitud”, asumiendo la posibilidad de una renovación conceptual que no se llevara puesto nuestro subsuelo, pero que tenía que ver con lo que pasaba en nuestro suelo. 

[2]  Negri, Toni (2013). Biocapitalismo. Entre Spinoza y la constitución política del presente. Buenos Aires: Quadrata, en Red Editorial. (el libro fue traducido al portugués y publicado por la editorial Iluminuras).

[3] Se trata de una serie de nuevas universidades que se crearon con el propósito, entre otros, de facilitar el acceso a la universidad a generaciones de jóvenes que viven en condiciones precarias o de pobreza, pero también a personas que creían ya perdida la oportunidad por cuestiones de edad, familia o vergüenza. 

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